Jotaele Andrade, acota mi madre


HE ROTO UN PLATO

de más de treinta años
acota mi madre

pienso cuántas veces
habrá raspado
una cuchara
su fondo

si todo aquel alimento
insuficiente en la infancia
bastará para llenarlo
ahora
que es una forma perdida

que habrá cenado
en él
el hermano
muerto
alguna novia
los primos
definitivos
en la niebla

he roto un plato
de más de treinta años
de existencia entre nosotros

se deslizó como suceden estas cosas
el vidrio resbaló sobre el vidrio
de otro plato
como una memoria colmada de sí
y salió despedido por el aire

anunciando la pequeña tragedia
y el estruendo
conque toda historia familiar
comienza a derrumbarse



TENEBRAE FACTAE SUNT

no fue una marmota
malherida
con que tropezamos
y muere bajo nuestra mirada adusta
y desconcertada

no
aquel día fue como si el mundo estuviera poblado
sólo
de marmotas agonizantes

de bocinas estruendosas

fue como si rompieran a pedradas nuestros huesos
como si los músculos estallaran por un esfuerzo sobrehumano

ominoso es el corazón de lo que amamos


ahora
en la pálida luz de la memoria
es el carbón de tus días
quien chisporrotea de pronto
y enciende
su íntimo recinto

acaso es la piedad filial que nos reúne nuevamente

acaso he aprendido a amarte
como a un brazo amputado

a cantarte como se le canta a un niño herido
para siempre
en la instancia fúnebre de la noche



LAS DULCES LILAS QUE MUEREN CON LA DICHA

muy bien
estamos aquí
y el ombligo estriado de los días nos arrastra

asimos huesos e hijos

ah, señora, tenga a bien forzar esta madera
que siga siendo cómoda
silla
árbol
y no féretro

ah, querido muchacho
hártese de estos pechos
y no libere la lujuria entre los muebles de la casa
entre la cuna en que
duerme
el recién nacido

ah
removemos nuestros rostros
con bastones
hasta que caen y dejan el blanco
de la duda
el signo cerrado

aquí
aquí estamos
y el invierno aposenta
su dedo congelado sobre el corazón
de lo que amamos

las nieves
y las aguas
encrespadas

y algo muere

algo que parece un perro
a quien llamamos en la tormenta
y nos contesta el viento
que siempre aúlla con las cosas que perdimos

qué larga sombra nos muerde los talones
cada paso
cada detenimiento bajo el sol
para dar cuerda al reloj
o mirar hacia uno y otro lado
de la memoria

y a veces
esa sombra
es la sombra del niño asustado
que gimió en la noche o en la fiebre

o es la densidad de un cadáver
cuya hinchazón no le permite el paso hacia el futuro

ah dulce flor que mueres cuando exhala la dicha
su ardiente aliento
perdónalos

todo hombre busca distraerse
de los afanes de la muerte

cada hombre necesita atiborrar de cosas
sus horarios

y aquí el oso y el salmón
no podrían nombrarse

y sin embargo
hay entre ellos
una rueda continua y cruel

dulcísimas flores
perdonen lo débil de esas carnes
aguijoneadas por el miedo
y los mandatos

y el deseo
tonto
de una eternidad feliz

comprenderán que respiren entre los asfixiados cuerpos de la costumbre
que exijan
de pronto
que nada se derrumbe

que oren
y se hinquen
contra las afiladas piedras de la desesperación

¿qué vela el guarda nocturno
que desconoce el búho?

y la vela hinchada al viento
qué lleva
sino la prisa de aquel que busca retornar a casa

aquí estamos
rodeados del alba donde encallan
las aspas de los días

rodeados de gases y fotones
de bacterias
y de ganchos en que cuelgan
las ovejas sus pelajes

hombres
mujeres
untansé en la grasa de dios
porque no escuchan
las dulces lilas que mueren con la dicha

para ellos mi cuerpo desnudo
acabado por el cáncer
o las ratas del amor

para sus bocas mi dientes podridos
la ulcerosa lengua
con que nombré
cada cosa en este mundo

ah el sonido de los cuernos
anunciando la caza

la abundante caza



ESCRIBE EN EL MISTERIO

pero este canto que aparta su carro enjoyado
y sus caballos
vigorosos

gime ahora con algo mortal
herido en las costillas

cómo saltan
entonces
enlutados
los ángeles hermosos

cómo vuelcan su carga
los barcos bodegueros

su polizón en vilo en las jornadas

¡atrás!
nadie ose hollar las cenizas para encontrar el fuego

nadie silbe entre las frondas
la música
detenida sobre el cieno

canta el vacío en su garganta desvasada


ah trémula una mano deja ir al hijo
escribe en el misterio

“la fe es este oro oscuro entre nosotros”



Jotaele Andrade (La Plata, 1974).

Foto: JA, por Sylvia Cirilho. 

Analía Pinto, una palabra que arde



Ausentarse de la propia ausencia
hasta no saber dónde empieza el borde del mundo
dónde se guardan las pócimas o el alcanfor
dónde queda eso que todos llaman ‘a’ o ‘b’

ausentarme     evadirme por un rato y destrabar
los nudos donde el alma se acorrala
esos horcos que quedan atrapados
por debajo de la tráquea

ausentarme de él aunque ya estemos ambos
eternamente ausentes de las noches que antes nos fustigaban
con sus lenguas fragantes
y sus manos llenas de albor rosado

ausentarse de la propia ausencia hasta estallar
y desconocer a todos los habitantes de esta parcela del universo
que llamamos ‘a’ o ‘b’
escrúpulo o síntesis de todo el resto



“Sucede que me canso de ser hombre.”
Pablo Neruda

Sucede que me canso de ser mujer
de anudar mis raíces en la tierra blanca
de arramblar con pecados ancestrales
—manzanas que yo no mordí
serpientes que entre mis piernas no bisbisearon

Sucede que la hembra se cansa de ser sólo hembra
cáliz o grial propicio
cuna o tumba
baguala o gacela
tigre o pantera
siempre en el dilema de esto o aquello

Sucede que me canso de aguardar mi nombre
—no el que me pusieron o el que tengo
sino el verdadero
el que me puede dar el otro:
par y complemento.



Anclada al mundo
el mundo se le hace indiferente
la noche es otra página en blanco
el día una incógnita reconocida
el sol ese planeta que remonta sus cabellos
y la tierra es un almohadón con el que se pelea

Anclada al mundo por el mundo
la mujer de carne y arena se desviste de siglos
se deshace en las manos tersas del viento
se corrompe dulcemente
como una fruta demasiado madura
y se dice que todo pasará —incluso lo bueno



Esta travesía se acaba: sin vértigo y sin pausa
queda en los manantiales, parca en la sonrisa
—campo a traviesa de tus hombros—
la música y la salva de otras vigilias

y las rosas que en su idioma refractan ahora —quietas—
el poema que me urge con su don
a la escritura en otras travesías



La caricia del tiempo operó su milagro
—taumaturgia liberada de todo pudor—
condonó la fertilidad de mi cuerpo
por un tiesto que portara flores y raíces
con orgulloso resplandor

ahora el tiempo me pide su parte del botín
y la luna amenaza con descolgarse del cielo
y venir a cortar con el filo de sus cuernos
el cordón umbilical del que todavía pende
—tan sola— la savia y todo su verde fulgor



Abruptamente la palabra dejó de ejercer su dominio

antes alcanzaba con decir
esto es aquello
tú eres aquel
yo soy esta
o ego sum qui sum
no somos nada ni nadie
venga a nos
bájate ya del cielo

la palabra renunció a decir otro padrenuestro
otra plegaria más
otro rezo que no fuera
el que nace del entripado
y la piel adentro



Pero más peligroso es vivir sin el estremecimiento
del vértigo
sin saber qué labio se abrirá como una flor ahora
sin ver qué ojos nos herirán con sus rayos
el fondo satinado de la retina

más peligroso es vivir en el estancamiento de lo diario
en la rutina del aseo
en la pátina de indolencia del acaso

más peligroso es
vivir pendiente de la nada
atisbar detrás de las puertas
la vida que pasa con su atávico caos del otro lado

y más peligroso es
perderse la emoción
—la ocasión—
la dicha cruel del abrazo


Ni una luz en la entraña del deseo
ni una hoja en los árboles que antes
soltaban sus pájaros y susurraban su nombre
ni un dios al que rezarle bendito
ni una luna que se queje de su soledad
en el cielo infinito de la noche
ni un gato que grite lo que yo ansío
con sus uñas sus dientes su cola erecta
ni una sola luz en la entraña de lo complejo

de lo que una vez fue una mujer
y ahora es una niña o una muñeca de nuevo



Se ha escrito una palabra que arde
que esparce su calor más allá
una palabra para que se me recuerde
un vocablo que deje huella
que atestigüe

lo que en mi corazón ardía
antes de que todas las demás palabras
fueran borradas
de la piel y sus palimpsestos


En: “Peaches en regalía”, Hespérides, 2008.
Analía Pinto (Argentina, 1974).

Foto: AP en FB.